Río de Janeiro, 22 May (Notimex).- Cuando analistas franceses señalaron que Brasil no está preparado para competencias de la categoría de un Campeonato del Mundo, no vislumbraron el apoyo incondicional del presidente Juscelino Kubitschek a la selección nacional de futbol para ser monarca mundial en 1958.
Brasil "tiene grandes futbolistas, pero demasiado inmaduros, emocionalmente vulnerables y difícilmente adaptables a las altas competiciones, publicó la revista parisina "France Football" convencida de que los fracasos de 1950 en su propio territorio, y en Suiza en 1954, se repetirían en el verano de 1958 en Suecia, con rivales como la Unión Soviética, Inglaterra y Francia.
Lo que desconocían los analistas franceses era que, al asumir la presidencia de Brasil, Juscelino Kubitschek se había propuesto construir una nueva capital en cinco años y apoyar de manera incondicional a la selección nacional de futbol para triunfar en 1958.
Joao Havelange había tomado el mando de la Confederación Brasileña de Futbol (CBF), ordenando la instrumentación de un proyecto ejecutivo que pusiera fin a las teorías catastrofistas que, bajo infundios y sin mayores argumentos, según él, echaban por tierra la posibilidad de que esos grandes futbolistas ganaran la Copa Jules Rimet en Estocolmo.
El plan quedó en manos del empresario Paulo Machado de Carvalho, dirigente del Sao Paulo, quien contó con el apoyo y asesoría de los periodistas Paulo Planet, Ary Silva y Flavio Iazetti, conocedores serios de un deporte caracterizado por la politiquería y los pleitos entre dueños de clubes que conspiraban entre sí mismos.
Las propuestas de Machado acabaron con el poder intocable de personajes que, una tras otra, integraron fallidas comisiones técnicas para la Copa del Mundo de Suecia, sustituidas por una de alto nivel que contó con Vicente Feola, Paulo Amaral, Hilton Gosling, Mário Trigo, Carlos Nascimento y al gran Mário Américo, el afamado masajista de los dioses.
El balompié nacional empezó a madurar cuando Machado de Carvalho tomó el mando, sin discutir si eran mejores los "cartolas" (dirigentes) cariocas o paulistas, y don Paulo –vanidoso, autoritario; pero educado y enérgico-, no pensaba ni como unos u otros, sino como buen brasileño.
Bien sabía que sin planeación, el futbol de su país jamás conquistaría la supremacía mundial: De nada serviría tener magos, súper hombres, bailarines e improvisadores extraordinarios si no había un "plus" para usar un término post-moderno.
Nada sería posible sin bases que diesen valor práctico al talento de esos futbolistas que, sobradamente mostraron su enorme calidad en los dos torneos anteriores, quienes, sin embargo, se encontraron con Uruguay y Hungría, dos obstáculos inesperados que los pusieron fuera sorpresivamente.
"Brasil no va vivir de la gracia ajena, pues teóricamente -dijo Machado de Carvalho, cuyo nombre fue puesto al antiguo estadio de Pacembú de Sao Paulo- nuestro futbol es el mejor del mundo desde 1938, sólo que estamos en vísperas de la Copa del Mundo de 1958 y no vamos a esperar otras dos décadas para vencer y convencer".
Antes de las designaciones hubo mucha confusión ante la propuesta de que el paraguayo Solich Fleitas fuese el entrenador, sustituido por Silvio Pirilo, quien dejó el cargo en manos de Vicente Feola, conciliador, sereno, con 30 años al servicio del Sao Paulo.
Cuando Machado puso orden, descartó a Flávio Costa y Alfredo "Zezé" Moreira, adeptos a métodos absolutistas, imponiendo a Feola con buenas razones, entre ellas el aceptar la inclusión de un niño del Santos conocido como "Pelé", y a un extremo derecho de piernas torcidas del Botafogo, al que apodaban "Garrincha".
Pese a la desorganización, con Pirilo se registraron dos victorias sobre Portugal (1-0 y 3-1), y otra sobre Argentina, con una sola derrota en Maracaná ante los platenses en un segundo juego por la Copa Roca, para finalmente viajar a Italia y aterrizar en Suecia con Feola al frente del grupo.
Machado y otros dirigentes casi admitían los conceptos críticos de "France Football", dado que la selección nacional debutó en Suecia con un triunfo (3-0) ante Austria con 10 jugadores blancos y un afrobrasileño -Waldir Pereira "Didí"-, para luego aplicar cambios durante el desarrollo del torneo.
Esas modificaciones llevaron a la titularidad al líder "Zito", al sobrio Djalma Santos, al debutante "Pelé" y al sorprendente "Garrincha", dejando en la banca a Mauro Ramos, Dino Sani, Newton de Sordi, Zózimo Alves y Pepe Macía.
Las actuaciones del santista y el botafoguense en la victoria (2-0) contra el futbol "científico" de la Unión Soviética marcaron la caminata irresistible hacia el título, derribando así las previsiones de la revista francesa y convencer con goles a los incrédulos "torcedores" de la nación, asombrados por el 5-2 final impuesto a los suecos.
"A Taça do Mundo é nossa... com brasileiro nao há quem possa" ("La Copa del Mundo es nuestra... con brasileño no hay quien pueda"), decía una "marchinha" que entonaban millones de cariocas, paulistas, mineiros, bahianos y aficionados de un país que, por fin, era monarca universal del futbol por vez primera.