Miles de personas abandonaron cabizbajos el Fan Fest de Río de Janeiro, situado en la playa de Copacabana, bajo una abundante lluvia que añadía dramatismo a un día que los brasileños jamás olvidarán.
“Siento vergüenza de ser brasileña. Si fuera perder por uno, por dos, por tres... Pero fueron siete, y en nuestra casa”, lamentó María, una señora de 60 años que siguió el juego desde su casa.“¿Qué ha pasado? ¿Cómo puede haber acabado todo así? Aún no me lo creo...”, confesó por su parte Joao Batista, portero de un edificio de Copacabana que aseguró que lo sucedido “es peor que el Maracanazo”, en referencia a la derrota de Brasil por 2 a 1 ante Uruguay en la final del Mundial 1950.
En los bares y terrazas, la gente se arremolinó bajo los toldos y miró –incrédula- la repetición de las imágenes del partido en Belo Horizonte, en el estadio Minerao, en un día que la prensa local y extranjera ya bautiza de “Minerazo” en referencia a la final de 1950.
En un país donde el futbol cierra bancos, detiene la bolsa, atrae la atención de toda la plana política y embriaga a todo un pueblo que cree en la superioridad histórica de la “canarinha” sobre el resto de selecciones, la goleada en su propio Mundial provocará cicatrices difíciles de cerrar y la pregunta ahora es si ello tendrá consecuencias socio-políticas.
“Yo soy consciente de que esto es futbol, pero mucha gente en Brasil es ignorante y no lo piensa así. Espero que ahora no salgan a la calle a destrozar tiendas”, comentó Gustavo, que regenta un pequeño comercio de comestibles en la zona sur de Río.
Algunos grupos de jóvenes cantaron canciones contra la presidenta Dilma Rousseff, que junto a sus rivales políticos se apresuró a expresar su “gran tristeza” por la derrota de la selección.
“Dilma, vete a tomar por...”, “Fred, vete a tomar por...”, gritaban algunos grupos de jóvenes, que en conversaciones con alto contenido emocional llamaron a salir a las calles para protestar.
Los analistas políticos y los sondeos antes de la Copa indicaban que el apoyo a las manifestaciones contra el Mundial –que se está celebrando sin incidentes mayores, pero no sin retrasos en las obras y con gran sobrecoste para las arcas públicas- no cuajarían, ni serían parecidas a las acontecidas hace un año, cuando cientos de miles de personas salieron a las calles.
Sin embargo, la humillante derrota sufrida por los brasileños y la posibilidad de que el eterno rival argentino –que disputa mañana contra Holanda un puesto en la final- se haga con el trofeo podría provocar una reacción social, cuando faltan tres meses para las elecciones presidenciales del 5 de octubre.