“Historinhas” de personajes que definieron al futbol de Brasil

29 de Julio de 2014
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Río de Janeiro, 29 Jul. (Notimex).- El equipo nacional de Brasil ha acaparado todas las marcas –hasta la peor goleada como anfitrión en una Copa del Mundo-, con participaciones en todos los eventos de esta categoría, desde su puesta en marcha en Uruguay en 1930.

“Ese privilegio –escribe Andrés R. Helguera, autor del valioso “Almanaque Estadístico” sobre la materia- se ha traducido en una obligación de alcances fanáticos casi ilimitados, en los cuales cualquier cosa que no sea el título es calificada de fracaso rotundo, en circunstancias que han hecho surgir tipos humanos que definen esa historia”.

Cuando el futbol era solamente práctica deportiva de blancos, un personaje de antepasados africanos se aclaraba la cara con polvo de arroz, en cuyo recuerdo los aficionados del Fluminense lanzan talco al estadio antes de cada encuentro en la sede del club en el barrio de Laranjeiras o en el fastuoso y renovado estadio de Maracaná.

También por ahí anda el espectro de Leónidas da Silva, primer futbolista que se puso al servicio de la mercadotecnia, con el lanzamiento y venta del chocolate “Diamante Negro”, además de ser monarca de goleo del Campeonato Mundial de 1938 y quien marcó a Checoslovaquia sin un zapato en un partido semifinal, convirtiéndose, así, en el “rey descalzo”.

Otro aficionado brasileño, nacido en Jaguarao, Río Grande do Sul, sin embargo fanático de Uruguay, es Aldir García, creador del uniforme de la selección nacional a principios de la década de 1950, quien fusionó el amarillo, el azul y el blanco para adecuarlos a la camisa, los pantaloncillos cortos y las medias para mostrar de ese modo los colores de la bandera de Brasil.

En un país donde el futbol es carnaval, algo que identifica festivamente a su ciudadanía con la patria, en el que estrellas y público participan activamente, no es extraño que existan los “torcedores-símbolo”, también protagonistas de “historinhas” (pequeñas historias o historietas) graciosas y memorables.

Uno de ellos ha sido “ Algodaozinho” (Algodoncito), de sonrisa amplia y pelo rizado quien, como los jugadores profesionales, alquila el espacio de su camisa colorida, al tiempo que Caetano Veloso, Antonio Carlos Jobim y Vinicius de Moraes –también símbolos de la identidad nacional- le dedicaron versos en sus composiciones musicales.

El sincretismo religioso también funciona al máximo: el Padre Santana fue masajista del Vasco da Gama, pero también se ocupaba de mimar a los “orixás”, deidades africanas adoptadas por los esclavos a su llegada a Brasil, luego asesor religioso de la selección nacional en Chile 1962 e Inglaterra 1966.

Entre los supersticiosos se recuerda a Carlito Rocha, director técnico del Botafogo, tanto que hacía que sus jugadores se cambiaran de zapatos en cada partido, pues de lo contrario vetaba el cobro de premios y primas a sus futbolistas por cada victoria del famoso equipo carioca de la estrella solitaria.

El protestantismo de la rama evangélica tiene en Brasil suma importancia y por eso se fundó el grupo de los Atletas de Cristo –entre ellos seis mundialistas de 1994, luego “Cafú” y “Kaká”- que, en su ropa interior, no llevan dedicatorias a su esposa, hijos o abuelos, sino a Jesús de Nazareth.

Los aficionados evangélicos tienen un popular equipo que comulga con sus creencias, el Universal FC que, pese a ser de la Segunda División, lleva en promedio, por supuesto, a más de 50 mil espectadores por partido.

Los personajes de novelas clásicas, además, han sido los propios jugadores con categoría de ídolos, entre ellos Manoel Francisco dos Santos “Garrincha”, inspirado en Cucupira, -criatura mitológica de los indígenas tupíes-, cuyos pies miraban hacia atrás, con parecido al futbolista, a quien llamaban el “ángel de las piernas torcidas”.

Los aficionados celebraban ampliamente sus trucos, que acababan en goles de “Pelé” o “Vavá”, como cuando llevó el balón afuera de la cancha y un defensor inglés lo siguió persiguiendo más allá de la línea de cal.

Mané “Garrincha” acabó como un mendigo, olvidado de los dueños de los clubes, a quien poco importaba el dinero y sí le gustaba el alcohol y la popularidad.

Así se pudo corroborar en Italia, donde le ofrecieron ser el embajador del grano de café en una feria y cuando se le preguntó si era bueno, él respondió: “No bebo café, pero la cachaça (bebida alcohólica destilada) de Magé, mi pueblo, es fantástica”.

Mané fue la adoración y un tipo muy querido por las “torcidas” brasileñas –en el Botafogo y en la selección nacional-, más incluso que su compañero Edson Arantes do Nascimento “Pelé”, exitoso empresario con los años, siempre amoldado al poder gubernamental o a los dineros de la Federación Internacional de Futbol Asociación (FIFA).

A la fecha, la entidad no ha rendido cuentas cabales sobre el vigésimo episodio balomédico mundial, protagonizado por 736 futbolistas y millones de fanáticos de un deporte que embruja a parte de la humanidad en un mes de delirio colectivo, del cual los brasileños son el mejor de los ejemplos.

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