Chica Super Poderosa

16 de Julio de 2014
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“Yo creí que usted era una chica super poderosa”, me dijo una jovencita. Y antes de sacarla de su error, me imaginé con capa, el brazo extendido y la mano en puño, iniciando el vuelo mientras exclamaba: “¡A luchar por la igualdad!”.

Le cuento: Estaba dando una conferencia a jóvenes sobre los Derechos Humanos de las mujeres. En mi reflexión hablé sobre el largo camino que mujeres en distintos siglos y distintos lugares del mundo han recorrido, para hacer valer uno a uno cada Derecho Humano que merecemos por el simple hecho de ser humanas. De cómo, incluso, tuvimos que ir contra la idea generalizada de que plenamente humanas no éramos.

Hablé de los muchos Derechos Humanos que ya se nos han reconocido legalmente. Y de los que faltan por ser reconocidos. Señalé que el reconocimiento legal era una cosa y otra muy distinta que la discriminación, exclusión y violencia contra nosotras hubiese terminado.

Hablé del empoderamiento de las mujeres, y cómo éste incluye cuidarnos vitalmente e hice énfasis en que muchas veces las jóvenes cometen actos de riesgo empujadas por la idea de que “somos iguales”, sin comprender realmente el concepto de igualdad, lo cual las colocaba en mayor riesgo que a sus amigos.

Y conté lo que me había acontecido precisamente la noche anterior.

Resulta que tras hospedarme en el hotel de la ciudad que me albergaría un par de noches, decidí comer en el restaurante del hotel, al que se llegaba tras cruzar un jardín, una alberca y un pequeño pasillo con habitaciones a cada lado. Todo un laberinto.

Cené, contesté algunos correos electrónicos y pulí un artículo. Total, para cuando me iba a mi habitación ya eran como las 8 de la noche.

Me antecedieron en la salida del restaurante un grupo de hombres que habían hablado y reído en voz alta mientras comían. Caminaba detrás de ellos cuando, al llegar al pasillo de las habitaciones, me paré en seco. Decidí esperar a que se alejaran o entraran a su habitación antes de seguir mi camino.

He de aclarar que esos hombres no tuvieron una sola actitud amenazante contra mí. Es más, muy probablemente ni me vieron. Pero mis alarmas se prendieron. En un pasillo con habitaciones de hotel a cada lado, ser mujer me colocaba en un riesgo que a un hombre no.

Tras contar esa anécdota, la joven me interrumpió para decirme que había pensado que yo era una chica super poderosa y nada podía pasarme.

Me reí de buena gana (especialmente tras imaginarme con mi capa), e inmediatamente después aclaré que, por supuesto, ni era chica ni era super poderosa, sino una mujer que, como todas las mujeres del mundo, sé lo que es el miedo a ser agredida, aunque, como pocas mujeres en el mundo, nunca haya sido violentada físicamente.

Mi poder, expliqué, reside entre otras cosas en cuidarme vitalmente; en saber que ser mujer, en este momento en este país, implica riesgos. En saber que tengo derecho a vivir una vida libre de violencia, pero el gobierno aún no se hace responsable de garantizarlo plenamente.

Mi joven interlocutora me preguntó: “Entonces, ¿no hacer algo que me pone en riesgo es una actitud de poder?”. “¡Sin duda!”, respondí. De hecho te convierte en una chica super poderosa.

Me agradeció el comentario con el brazo extendido y la mano cerrada en puño. Y, claro, hice lo mismo.

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